-No estaría solo, Helena esta encargada para ayudarme.
–Dije un segundo antes de recordar que ella había acordado regresar a mi casa.
– ¡Debo llamarle! Si no me va a estar buscando en mi casa y no me va a
encontrar.
-Jamás en la vida te vi tan considerado por una
mujer Rodrigo, ni siquiera por tu esposa, además, hace un rato te referiste a
ella con muchos cumplidos.
Ignorando lo que decía, tomé mi teléfono y
busqué en mi agenda del celular el número de Helena, después de encontrarlo
presioné el botón verde y esperé a que tomara la llamada.
-Hola, ¿Helena?
-Sí ¿Quién habla?
-Soy yo, Rodrigo. –Sonreí al decir mi nombre y
escuchar su voz, como si no la hubiera visto en semanas. –Escucha, hubo un
problema y tuve que regresar al hospital, pero ya todo esta mejor; escucha, voy
a quedarme en el departamento de mi amiga por hoy y mañana regresaré de nuevo a
mi casa.
-¿Estas seguro Rodrigo?
-Sí, lo estoy, después te contaré lo que pasó,
pero por mientras tienes el día libre.
-Solo avísame si necesitas algo.
-Te lo agradezco mucho Helena.
-Los horarios para que te tomes tus medicamentos
vienen escritos en las cajas, ¿puedo confiar en que los sigas muy exactos?
-Definitivamente –Su voz por teléfono denotaba
cierta incomodidad por dejarme solo, después de todo a ella le pagaban por
cuidarme.
-Te voy a llamar para verificarlo, y sé que tu
condición no es tan delicada como para mantenerte encerrado en tu casa, pero
por política del hospital no puedo dejarte mucho tiempo sin supervisión.
-No tienes de que preocuparte, estaré bien y no
le diré nada al doctor, de todas maneras no me preguntó por ti.
-De acuerdo, solo ten mucho cuidado.
Dicho esto, nos despedimos y cortamos la
llamada, yo miré a Fernanda y ella me dijo:
-¿Y esta mujer de verdad es tan bella como tu lo
dices?
-¡Por supuesto! Ser así de bonita es casi una
exageración.
Mi ánimo iba mejorando de a poco ya que
intentaba pensar lo menos posible en lo que acababa de pasarme a mí y a mi
cerebro, además de que tenía muchas otras cosas en las que pensar y la compañía
de mi mejor amiga me ayudaba mucho.
Salimos del hospital y nos dirigimos a mi casa,
como el camino es bastante largo tuvimos un buen rato para platicar. Al tener
muchas cosas en común, era muy fácil que pudiéramos hablar de cualquier cosa
sin aburrirnos, en especial de música pues modestia aparte, tanto ella como yo
tenemos excelentes gustos. Ya en mi casa, le pedí que bajara un poco de ropa
limpia de mi cuarto mientras yo me daba un baño, cosa que era bastante
complicada, por si desvestirme fuera poco, debía bañarme con una esponja y
enjuagarme con la misma, ya que el yeso de mis piernas no podía mojarse. A
penas logré hacer mis necesidades, darme ese baño y ponerme la ropa interior
con uno de los mayores esfuerzos en mi vida; no cabe duda que uno no sabe lo
que tiene hasta que lo ve perdido. Ya vestido, con mis medicinas y mi consola
de videojuegos empacados, Fernanda y yo salimos hacia su departamento en el
centro de la ciudad.
Al poco rato llegamos a su edificio, subimos por
el elevador y me condujo hasta su pequeño flat, el cual constaba de una
arquitectura sencilla pero que no perdía el estilo; creo que a cualquiera la
agradaría tener un lugar así ¿verdad? Al abrirse la puerta pude divisar la gran
ventana hacia la ciudad que abarcaba toda la pared de uno de los lados del
lugar, frente a mi, apareció una pequeña mesa con solo dos sillas, a su
derecha, una isla de cocina y en el rincón, la estufa, el refrigerador y algunos
otros muebles de cocina con la superficie desocupada; del lado izquierdo de la
mesa, se encontraban dos sillones orientados hacia una televisión plana
empotrad a la pared y ante estas, unas pequeñas escaleras que conducían al
lugar donde se encontraba la recamara de Fernanda y su baño, frente a las
cuales se encontraba un diminuto balcón que daba a la cocina del mismo
departamento, el diseño era sencillo pero de mucha estética, las paredes que no
eran el ventanal del mismo edificio estaba pintadas de blanco y sus muebles
eran minimalistas.
-Por suerte para ti, el nuevo sillón que compré,
es un sofá cama, ¡y es muy cómodo! Me gusta más que mi cama.
-Gracias Fer –entré y comencé a girar en mi
silla moviendo la rueda izquierda hacia atrás y la derecha hacia adelante.
–¿Vemos una película juntos?
-Te ves de mejor humor.
Era obvio que me veía de mejor humor, y me
sentía feliz de que no estaba loco, aunque en el fondo aun me preocupaba tener
prosopagnosia, intentaba pensar en ello lo menos posible, me imagino que tú
harías lo mismo.
Observábamos como el protagonista de la película
le disparaba a su propia esposa después de sacar los cadáveres de sus tres
hijos que se encontraban flotando en el lago que estaba de vecino a su casa
cuando la pantalla se tornó negra y todo el lugar quedó a obscuras.
-¡Mierda! –Exclamó Fernanda cuando de súbito la
pantalla y todo lo demás se apagó.
-Se fue la luz –Afirmé tan tranquilo como
siempre.
-Era la mejor parte
-¡En efecto lo era! –Dije riéndome y aventándole
una de las almohadas que estaban cerca de mí.
-¡Pagarás por eso! –Fernanda tomó mi brazo
derecho y lo mordió mientras yo no paraba de reír e intentar zafarme
Nos la pasábamos muy bien y decidimos preparar
algo de comer, pasamos la tarde platicando, escuchando música y demás cosas que
ya no recuerdo con exactitud, pero estoy seguro de que muy continuamente me
olvidaba del hecho de que estaba enfermo o discapacitado, aunque creo que eso
se debe en buena parte a los analgésicos que me quitaban el dolor de los golpes.
Al caer la noche la luz se había ido de nuevo y
decidimos salir a averiguar si los vecinos tenían el mismo problema por lo que
tocamos a la puerta del departamento de junto; una señora que cargaba consigo
una vela abrió la puerta y nos saludó a los dos:
-¡Hola Fernanda!
-Hola señora Rossano, veo que usted también esta
a obscuras.
-Si, me parece que la luz se fue en todo el
edificio, pero te daré unas cuantas velas, tengo muchas.
-Que amable es usted, solo queríamos saber
precisamente lo que nos acaba de decir ¿usted se encuentra bien?
-¡Por supuesto preciosidad! Y dime ¿quién es tu
amigo?
-Se llama Rodrigo, se quedará conmigo esta
noche.
-Mucho gusto señora –dije extendiendo mi mano a
la mujer que pasaba ya de los sesenta años, tenía el cabello rizado y lleno de
canas, pero como ya te imaginarás sería difícil describirte con exactitud su
cara, mas que nada por la obscuridad.
-¿Su hijo esta con usted? -preguntó Fernanda
asomando ligeramente su cabeza al interior del departamento de la señora.
-Oh no, Aarón salió desde en la tarde a buscar
un nuevo lugar para rentar, lleva ya medio año viviendo conmigo y no quiere
quedarse mas tiempo, claro que yo lo entiendo, el lugar es pequeño y él ya es
muy independiente.
-Pues le agradezco mucho señora. –Terminó
Fernanda para despedirnos y regresar a su respectivo lugar.
Ella preparó el sofá cama con sábanas y
almohadas, en efecto resultó ser mucho muy cómodo y ya dadas casi las 3 de la
mañana sin que la luz regresara decidimos descansar. Yo me encontraba recostado
boca arriba pensando en Helena, casualmente su rostro en mi mente no había
cambiado ni un poco, pero mis pensamientos se vieron interrumpidos por un
ruidos muy extraño que parecía venir de afuera, cosa que me pareció muy rara
puesto que estábamos casi 10 pisos arriba. Decidí asomar la cabeza por la
ventana pero para completar esto, debía levantarme y empujar un poco la enorme
cortina que cubría toda la pared ventana.
Miré junto a mí la silla de ruedas y después de
sentarme en la orilla de la cama di un pequeño brinco apoyándome en ella y con
relativa facilidad logré incorporarme para saciar mi curiosidad; el ruido fue
algo muy extraño, una especie de golpe fuera de la ventana y luego otro en la
misma me obligaban a indagar ¿verdad? Aunque de serte sincero siempre desearé
no haberlo hecho.
Empujé con mi mano la cortina y miré hacia
abajo, la gran ciudad y sus edificios se erguían varios metros debajo de mi y
las luces de la calle alcanzaban a iluminarme con un amarillo seco y tosco;
luego miré un poco mas arriba y me encontré con la punta de un par de zapatos
que goteaban alguna sustancia extraña, luego jalé toda la cortina y miré con
los ojos muy abiertos a mi cuerpo colgando a la mitad de la ventana amarrado
por el cuello que se mecía de un lado a otro, sosteniendo en la mano izquierda
la cabeza cortada de Helena y en la otra la de Fernanda, a las cuales pude
reconocer a la perfección; también pude reconocer mi cara sin ningún problema,
la cual tenía múltiples cortadas y moretones y yacía con los ojos cerrados. Mi
expresión de horror no se comparaba con ninguna que yo recordara haber hecho a
lo largo de mi vida, y más aun cuando el yo colgado al otro lado de la ventana
despertó y me miró fijamente por un largo rato, sus ojos estaban totalmente en
blanco y su cara estaba llena de furia, después de unos segundos mirándonos
fijamente a los ojos gritó:
-¡¿Qué le hiciste a mi cara?!
Justo en ese momento yo desperté respirando muy
agitadamente en el sofá cama, mi silla estaba en el lugar donde la dejé y podía
escuchar la ligera respiración de Fernanda durmiendo en su cuarto en la parte
de arriba. Limpié el frío sudor de mi frente con el antebrazo y miré a mi
alrededor asustado por la pesadilla, de niño solía tener esa clase de horrores
con mucha frecuencia y me resultaba fácil calmarme una vez despierto, pero ni
la sensación de incomodidad ni ese ligero temblor nervioso en todo el cuerpo me
abandonaron un solo segundo esa noche.
Eran ya casi las ocho de la mañana cuando Fer
bajó las escaleras y se acostó junto a mí, me preguntó si estaba despierto y
yo, que no pude pegar un ojo en toda la noche, asentí con la cabeza. Mi mejor
amiga se acurrucó detrás de mí y con mucha delicadeza me abrazó acomodando su
cabeza detrás de la mía y su brazo por encima de mi pecho.
-No pienso dejarte solo nunca, tú jamás lo
hiciste. –dijo susurrándome al oído.
Luego solo me besó la cabeza y se levantó para
empezar a hacer el desayuno. Me imagino que has de pensar que entre esta mujer
y yo hay algo, o alguna vez lo hubo, y tienes razón, intentamos algo alguna
ves, pero no pasó casi nada de tiempo para que nos diéramos cuenta de que
nuestro destino era ser como hermanos para toda la vida, y no te voy a negar
que algunas de mis relaciones antes de mi esposa, de la cual como ya te dije,
me separé hace poco menos de medio año, terminaron a causa de que las muy
inseguras se ponían exageradamente celosas, pero no pensaba perder a un miembro
de mi familia a causa de algo tan estúpido como los celos.
El ligero aroma que dejó alrededor de mi cama
era sutil y delicado, esa esencia parisina que usaba en su champú la había
caracterizado toda la vida y aún era parte de su rutina y de su personalidad.
De muy buen humor comenzó a preparar hot cakes como ella sabe que nos encantan
a ambos y silbando puso algo de música para ambientar.
-Levántate flojo, ¡vamos a bailar! –dijo
acercándose a mi moviendo la cabeza y empujándome ligeramente con tal de
despabilarme.
-Muy chistosa con tu comentario –afirmé sentándome
en la cama y luego en la poderosa Delorean del tiempo que me llevaba a todas
partes.
Después de desayunar Fernanda me llevó a mi
casa, pero antes pasamos por una tienda a comprar un par de dulces como hacemos
siempre que uno se queda en casa del otro, esta tradición que empezamos desde
la preparatoria, era algo especial para los dos.
Una vez que llegamos a mi casa yo esperaba que
Helena no tardara en aparecer, dado que le llamé mientras comprábamos los
dulces y dijo que no tardaría; mi amiga quería conocerla y comprobar si su
belleza era tal como yo la describía, pero tenía que regresar pronto a su
departamento pues una amiga suya le llevaría a su hijo para que lo cuidara, así
que me quedé solo unos cuantos minutos, luego, mientras yo revisaba mi correo
electrónico en la laptop que tenía media pantalla estrellada y que tuve que
recoger del piso, Helena entró a la casa.
-Rodrigo buenos días, ¿Cómo estás?
La miré detalladamente después de sorprenderme
apareciendo detrás de mí, pues no pude escuchar cuando abrió la puerta. Este
ángel parecía verse cada día más hermoso, su llamativo y hermoso cabello
chocando armoniosamente con el intenso color de sus ojos la hacían un deleite
para la mirada y su agradable presencia me llenaba de alegría.
-Ya te tomaste tus pastillas ¿verdad? -dijo ella
haciéndome perder el hilo de mis pensamientos.
-Sí, ya lo hice, quieres contar las pastillas
–la animé sarcásticamente.
-Confío en ti travieso.
Dejó el mismo abrigo café que usó la última vez
colgado en una silla y lució una blusa negra de tirantes con vaqueros azules y
unas botas de tacón corto.
-Debo ir al baño a preparar la curación para tus
heridas, ¿podrás esperarme un poco?
-Claro que si.
Ella subió las escaleras y yo rodé hasta el
piano que estaba en un cuarto especial donde guardaba todos mis objetos
preciados; guitarras en las paredes, fotos y recuerdos muy personales y
artículos de colección adornaban la piza que tenía en un rincón mi viejo piano
de media cola. El pobre estaba muy abandonado, pues no había tenido tiempo de
practicar en meses, pero incitado y cautivado por su belleza me senté frente a
él y comencé a acariciar las teclas; una ligera capa de polvo fue arrastrada
por mis dedos y sin poder resistirlo, comencé a tocar.
La misma canción que escuchaba en el hospital
cuando me dijeron que podría irme sonaba suave desde el fondo de la caja de
resonancia; el cordal vibraba de tal forma que parecía que estaba recibiendo un
masaje. Una canción tan sencilla como “Mad world” era bella a su propio estilo
y me llevó del principio al fin.
Ya terminada la canción Helena apareció en el
umbral de la puerta y se acercó para sentarse junto a mí.
-Tocas muy bien, y tu piano es precioso.
-Gracias, me lo regalaron a los 10 años, desde
entonces somos inseparables.
-¿Cómo es que no te decidiste a ser músico?
-No quería convertir a la música en mi forma de
vida, yo vivo para la música, me parece el arte más bello que existe.
-¿Puedo? –preguntó Helena mirando fijamente a
las teclas como si se sintiera igual de tentada que yo, hice un gesto con la
cabeza y sonriendo le di a entender que se sintiera libre.
Sus dedos se colocaron firmes y largos cuando
comenzó a interpretar una triste canción que me resultaba hermosa en todo el
sentido de la palabra; una versión en piano de la canción de Yann Tiersen
titulada “sur le fil”.
Mis ojos no encontraban si mirar a sus dedos o a
su bello rostro tan concentrado y firme que parecía una fina escultura de
mármol, la triste melodía entonaba perfecta con su seria y perfecta expresión,
la cual se veía tan clara como el agua ante mis ojos; así es, Helena parecía
seguir al cien porciento inmune a mi condición y al parecer a todo lo malo en
mi, pues sentía como si todas mis preocupaciones, mis problemas y mi lado
obscuro desaparecieran al estar frente a ella. Decidí esperar a que terminara
de tocar la canción mirándola sin parpadear un solo segundo para después
contarle todo lo ocurrido.
-¿Cuéntame como estás? ¿Por qué tuviste que
regresar al hospital? –Preguntó ella al terminar de tocar la canción, adelantándose
totalmente a lo que yo tenía planeado hacer.
-Pues supongo que te lo contaré a partir de que
te fuiste; mi amiga regresó sin que yo me lo esperara de sus vacaciones porque
se enteró de lo que me pasó, y al verla tuve una alucinación muy extraña…
De esa forma proseguí admirando a su bello
rostro esculpiéndose en un gesto de sorpresa, ella parecía muy sorprendida y
escuchó a detalle todo lo que tenía que decirle sin hacer nada mas que asentir
con la cabeza de ves en cuando.
Le conté todos los detalles exceptuando el hecho
de que ella era la única a la que veía como si nada. Cuando terminé de contarle
ella me rodeó el cuello con sus brazos haciéndome sentir una infantil e
inocente emoción.
-No tenía idea, ¿estás bien? –preguntó ella.
-No te preocupes, me he sentido peor. –articulé
intentando concentrarme después de que dejó de abrazarme.
-No puedo imaginarlo.
-¿Pero sabes algo Helena? Tu rostro se ve
perfecto, y no lo digo solo porque seas hermosa, lo digo porque lo acabo de
comprobar hace un rato, tu, ni desde el principio ni ahora, has sido alterada
por mi en mi cabeza, tal vez por eso no me di cuenta antes de que tenía
prosopagnosia, pero es verdad, tu rostro… -dije al hacer una pequeña pausa para
mirarla y poner mis dedos suavemente sobre su mejilla –es perfectamente claro
para mi.
Ella miró mi mano y luego miró mis ojos, yo
después de una breve caricia en su mejilla, retiré mi mano y regresé al piano.
-Eso tiene que ser algo bueno ¿no?, y gracias.
-¿Por qué me agradeces?
-Por decir que soy hermosa, y porque al contarme
esto, me siento aún mas como una persona a la que le tienes confianza y no solo
labor de trabajo, si te he de ser sincera, no me agrada mucho relacionarme con
las personas a las que cuido, pero contigo es una excepción enorme.
Helena me gustaba mucho, el observarla no solo
implicaba el hecho de mirarla, sino que me conducía a imaginar un millón de
cosas, diferentes cada diez segundos en promedio y todas teniendo que ver con
una sensación de felicidad incomparable, imaginaba a nuestros labios besarse,
imaginaba poder caminar con ella, imaginaba lo suave de sus mejillas, su
sensual figura y miles de otras cosas que ahora no puedo recordar, ¿tú alguna
ves has hecho eso cuando miras a alguien? Pasa en muy escasos segundos y uno no
puede evitarlo.
Helena se levantó y me ayudó para que regresara
a mi silla, luego la mitad del día la pasé revisando asuntos del trabajo junto
con ella, cosa que resultó en extremo divertida, sus inteligentes y sarcásticos
comentarios me hacían reír mucho y los míos a ella por igual, para cuando
terminé le ofrecí a Helena ver una película conmigo y así podríamos pasar el
rato distraídos. Resulta ser que ella eligió una película de cina de arte de
entre mis viejos DVD’S y bajó sin mucho problema una televisión más o menos
pequeña que se encontraba guardada en la parte de arriba; al poco rato nos
encontramos sentados juntos en la sala disfrutando del momento; ella era muy
profesional al realizar su trabajo, procuraba todas las indicaciones del doctor
y manejaba mis cuidados de la mejor forma, pero su informalidad para socializar
conmigo, como ya te lo dije, era de lo mas agradable, después de que terminó la
película comenzamos un debate sobre ella, pero este (no me preguntes como
porque no lo sé) se convirtió pronto en uno totalmente diferente sobre la
poligamia.
-No puedes esperar que la sociedad acepte que
todos tengan relaciones con cuantos les plazca donde y cuando quieran, pero
deja a un lado lo que la sociedad piensa, pues esta siempre es mas dura con
todos menos con ella misma, piensa en que nadie estaría en disposición de
compartir a su pareja. –dijo Helena.
-¿Por qué no? Piénsalo, que daño físico te causa
que tu pareja tenga relaciones con otra persona, y el “daño emocional” del que
tanto hablan no es mas que algo a lo que nos acostumbran desde pequeños, lo que
de verdad importa es tener una buena relación con la persona que quieres, y si
de verdad tu pareja y tu están “destinados” a estar juntos, el hecho de tener
varias parejas solo hará mas fuerte esta unión.
-Explícate bien.
-Yo pienso que las personas tienen no solo el
derecho, sino la obligación de tener a muchas parejas antes de decidir a la
verdadera, esto no solo los ayuda a aprender de las personas, sino de si mismos
y los hace tener un concepto más específico y definido de lo que quieren y lo
que es mejor; mi sistema ideal es el de la poligamia y luego el de la unión
comprometida con una sola persona, en pocas palabras, has todo lo que quieras,
debas y desees antes de contraer matrimonio; eso reduciría los índices de
divorcios y hasta los de infidelidad. –Contesté decidido.
-Claro pero eso entraría en conflicto con la
moral de prácticamente toda la población.
-Toma como referencia a esas religiones donde
los hombres tienen mas de veinte esposas y las mujeres son maltratadas; todo el
mundo piensa que la poligamia es así, y tienen razón, pero no tiene nada que
ver una cosa con la otra, yo soy específicamente partidario del amor libre, y
la poligamia… bueno eso es un ejemplo de un rudimentario sistema que no hace
nada mas que poner en vergüenza la inteligencia humana, ¡pero claro! La esta no
entra en conflicto con su moral; es simple y sencilla cuestión de hacer una
adaptación a la sociedad. Yo también he sentido celos, yo también he sufrido
los dolores de la infidelidad y de esa sensación cuando eres emocional y
carnalmente exclusivo para alguien y esa persona no lo es para ti, créeme, no
solo entraría en conflicto con mi moral, sino también con mis emociones y a una
gran escala, solo que en un sentido lógico, sé que esa forma de manejar las
relaciones sería mucho mas eficiente y no me explico como las personas llegaron
a darle tanta importancia a la fidelidad y la exclusividad como pareja.
-La poliginia es cosa de animales, solo ellos
tienen esa “libertad” de tener tantas parejas sexuales como deseen, porque su
capacidad mental no comprende sentimientos como el amor y el cariño, además de
que el entregarle a tu pareja tu confianza esperando reciprocidad no tiene nada
de malo; y piensa además en el incremento de infecciones de transmisión sexual.
-Existen métodos para solucionar eso. –dije yo
firme en mi postura.
-Pues no puedo negar que tengas razón, incluso
apoyo tu punto en varios sentidos, pero no puedo tampoco negar que me costaría
mucho trabajo poner el ejemplo. –contestó ella expresando con la mirada cierta
resignación. –y ¿sabes por qué?
Dicho esto, ella se acercó y me abrazó para
continuar con lo que decía:
-… Porque comprometerte con una pareja significa
construir una vida juntos, y para esto, si hace falta exclusividad; permitir la
total libertad sexual y emocional y luego limitarla a una sola persona...
Bueno, cualquiera encontraría difícil funcionar en ese sistema, y para poder
ejercer un proyecto de vida con oportunidades compartidas es necesaria la
monogamia; además de que se conoce que dentro de las necesidades de los seres
humanos, se encuentra la de sentirse querido y aceptado, cosa que nadie puede
darte mejor de lo que puede hacerlo sentir una pareja.
-Todo eso es muy relativo, pero tengo que admitir
que sabes defender tu opinión. –le contesté con una sonrisa y devolviéndole el
abrazo.
-Y tal ves necesites que te recuerden un poco lo
que se siente querer a alguien de verdad –declaró ella acercándose a mi cara
con su enorme belleza.
Ella se encontraba tan cerca que el suave y
sutil calor que emanaba su piel de porcelana acariciaba mi nariz y mis labios
de una forma indescriptible, la distancia era tan pequeña y los latidos de mi
corazón tan fuertes, me daba miedo incluso el hecho de que ella pudiera
escucharlos desde donde estaba. Miré con mis ojos castaños a sus párpados
cubriendo ese par de esmeraldas cada
instante más cerca de mí y luego acercándome yo también, besé sus labios con suavidad
recordando algo que no sentía en años. El beso duró unos cuantos segundos y
después ella se separó con la misma lentitud con la que se acercó, yo me
sorprendí tanto que sentía que no podía respirar, pero nada me impidió
disfrutar esos segundos al máximo, sus labios parecían tener alguna especie de
sustancia extraña la cual me transportó por completo a un nirvana de emoción y
adrenalina, esa sensación de bienestar provocada por la dopamina era casi como
estar bajo los efectos de varias metanfetaminas, fue uno de esos momentos en
los que desaparece hasta el suelo sobre el que estas parado, o en mi caso, el
sillón donde estaba sentado, y todo a mi alrededor por igual, no me hubiera
dado cuenta si mil personas estuviesen observándonos.
-Me gustas Rodrigo. –articuló ella en voz baja.
-Creo que ya lo noté –alcancé a decir con un
susurro para escuchar como se reía entre dientes con su perfecta y blanca
sonrisa, la cual me contagió al instante. –tu también me gustas.
No recuerdo con exactitud los segundos siguientes
a ese beso y tampoco si en realidad fueron segundos o minutos, pero después de
un rato, Helena se levantó del sillón dejando de abrazarme para entregarme en
mi mano las pastillas que el doctor me recetó, después, partió al baño de
arriba para preparar la nueva curación de las heridas.
Escuché sus pasos subir cada escalón para
después con una sonrisa dejar caer mi cabeza hacia atrás apoyándola en el
respaldo del sillón y mientras disfrutaba la maravilla de la vida, escuché que
Helena gritaba mi nombre; su voz no venía de arriba, por lo que pensé que
estaba abajo, solo que no me explicaba cómo, luego volví a escuchar su voz pero
esta ocasión fue frente a mi, desde las bocinas de la pantalla de televisión,
la cual mostraba de principio a fin una especie de capa lisa de piel humana,
del mismo color y textura de la de Helena; yo despegué mi espalda del asiento y
me acerqué lo mas que pude para enfocar la imagen en la televisión al tiempo
que los borrosos y evanescentes gritos de Helena, que ya eran casi como
susurros, empezaban a escucharse de todas partes de la casa, cada ves mas
rápido encimándose unos con otros y haciéndose cada ves vas imperceptibles;
después de la televisión comenzó a resaltar la piel que en ella aparecía,
tomando la forma de un par de manos que intentaban romperla para salir, después
la silueta del rostro de una persona que expresaba dolor también se formo en
esa capa de piel, yo solo permanecía sentado observando el bizarro ser
retorciéndose frente a mi, luego por un segundo sentí un cosquilleo en las
palmas de mis manos, cosa que me obligó a elevarlas frente a mi para descubrir
que en ellas, también se divisaba la silueta de el rostro de alguien,
intentando atravesar mi piel para salir, hasta que de pronto, los susurros
pararon de súbito y con voz clara y perfectamente audible, Helena mencionó mi
nombre desde el techo que se encontraba a menos de dos metros sobre mi, cuando
volteé la mirada hacia arriba, un cuerpo muerto cayó sobre mi regazo azotándose
con fuerza sobre el sillón, y quedando tendido con la cintura sobre mis piernas.
-¿Qué esta pasando? –Pregunté en voz alta.
La cara de ese cadáver no era la de nadie mas
que la de Helena, quien tenía los ojos cerrados y aparentaba una calma tal que
parecía solo estar dormida, después de verla por unos segundos, ella levantó la
cabeza y abrió lentamente los ojos para mirarme fijamente con ellos sin
expresar absolutamente nada que no fuera una infinita seriedad; su rostro de
pronto, al igual que su cabello comenzó a caerse exactamente como si fuera agua
sobre plástico, dejando al descubierto la cara de una especie de maniquí como
los que usan en las tiendas de ropa, el cual era de color blanco y sin ningún
tipo de facción dibujada; luego de que el rostro de Helena cayó por completo
las manos del supuesto cadáver se dirigieron a la cabeza del maniquí, y como si
este fuera parte de un rompecabezas, se arrancó la cara para descubrir su
interior, el cua contenía dentro de sí, otra faz, más esta ves no era la de
Helena, sino era la mía como justamente me imagino que se debió ver un instante
después del accidente: por mis ojos corría sangre cual si fueran lágrimas, un
enorme raspón decoraba una pieza que iba desde mi mejilla hasta mi frente, este
estaba muy hinchado, con pequeños pedazos de piel y pellejo levantados,
secciones completamente cubiertas de sangre, y unos cuantos moretones pequeños.
No pude soportar un segundo más y levanté el
pesado cuerpo con mis brazos lo suficiente como para dejarlo caer sobre el
piso, luego me alejé lo mas que pude cayendo por igual y arrastrándome hasta un
rincón de mi sala; una vez ahí oculté mi cabeza entre mis manos y comencé a
llorar desesperado pensando si lo que veía era otra alucinación o algún sueño
extraño, ¡pero todo se sentía tan real! Incluso el dolor de mi caída fue tan
agudo como lo es estando despierto. No sé cuanto tiempo estuve sentado en ese
lugar, pero para cuando me di cuenta, Helena estaba de cuclillas junto a mí,
apoyando mi cabeza sobre sus rodillas y acariciando mi cabello, yo desperté y
la miré a los ojos para preguntarle sobre lo que había pasado, pero cuando
separé mis labios ella los tapó con su dedo índice.
-Te voy a ayudar a levantarte. –Dijo ella.
Me apoyé del primer lugar que encontré y pasé mi
brazo sobre la cabeza de Helena para poder sentarme en mi silla, después un
fuerte grito me asustó de la misma manera que esas alucinaciones, era la voz de
mi amiga Fernanda que gritó mi nombre.
-¿Escuchaste eso Helena?
-¿Escuchar que? –Contestó ella.
Después todo volvió al mismo silencio de siempre.
-No pareces haberte lastimado nada Rodrigo, ya
te revisé.
-¿Qué pasó?
-Escuché un golpe y cuando bajé las escaleras
estabas desmayado en un rincón de la sala. –dijo ella muy fría.
-¡¿Desmayado?!
Parecía imposible ya que yo tuve la sensación de
estar despierto todo el tiempo, incluso ya que las alucinaciones se habían
detenido, pero de cierta forma nunca me sentí del todo consciente. Me acerqué
al baño en la parte de abajo y me miré en el espejo, Helena me siguió de cerca
y una ves frente a él, miré mi nublada cara y luego la nítida y bella de Helena.
-¿Necesitas que te lleve al Hospital?
-Creo que debería… -Dije cuando mis pensamientos
se vieron interrumpidos por otro grito de la voz de mi amiga Fernanda
llamándome.
-¿Escuchaste esta ves? –Pregunté.
-No sé de qué me hablas Rodrigo.
Me acerqué a la puerta de la entrada ya que fue
de ahí de donde escuché que provenía el grito, luego la abrí y ante mi apareció
mi amiga Fernanda solo para quebrar con la poca calma que me quedaba, pues
cuando la vi, su blanca vestimenta, sus manos, sus labios y su mentón estaba
repletos de sangre; lo mas curioso del asunto, es que sus ojos estaban
extremadamente rojizos y los tenía en blanco, mas podía ver otra cosa, era como
si estuviera viendo otra imagen, el rostro de mi amiga Fernanda se encontraba
lindo y sin ningún tipo de distorsión visual, justo como la veía antes de tener
prosopagnosia; creo que la mejor forma de explicarte lo que veía es la
siguiente: pon tu mano frente a tu ojo izquierdo y mira hacia el frente, lo que
podía distinguir era algo muy parecido, como tu ves tu mano frente a tu ojo, yo
veía la sangre, los ojos en blanco y todo lo que esa bizarra imagen contenía, y
lo que alcanzas a ver de fondo, era a mi verdadera amiga.
-Rodrigo, ¿estás bien? –preguntó ella
acercándose al interior de la casa.
-¿Qué pasa, que es toda esa sangre?
-¿A que te refieres?
-Fernanda ¡por favor ayúdame! Estoy teniendo
alucinaciones otra vez.
-¡Debo llevarte al hospital! Espera aquí, debo
tomar las cosas de mi auto y llamar a la psiquiatra. –dijo Fernanda al salir
disparada hasta su coche, el cual siempre dejaba a varios metros de la casa
para no maltratar el verde pasto que la rodeaba.
-¿Helena? –Pregunté sin respuesta.
-Helena ¿Dónde estás? –Repetí
Ella apareció y me dijo que debía ir al hospital
con nosotros y que nos alcanzaría en su auto ya que hubiese recogido las
medicinas que quedaron regadas en la sala después de mi caída y algunas otras
cosas que estaban en la parte de arriba, por lo que se inclinó, me besó una ves
mas en los labios sujetando mi cabeza por las mejillas con sus suaves y finas
manos, blancas como la nieve.
-¿Segura que no quieres venir conmigo y con
Fernanda? –Pregunté cuando se aparó un poco y me abrazó.
-No, además, si debes quedarte en el hospital,
debo tener mi auto para moverme o a tu amiga no le gustará la idea de ser
chofer.
Luego hizo desvanecer su dulce aroma alejándose
de mi y subiendo las escaleras, yo me encontraba con los nervios de punta, por
una parte, Helena me llevaba al paraíso, pero estas alucinaciones eran todo un
infierno, todo a mi alrededor parecía verse muy extraño, me sentía mareado,
asustado, agitado y sobre todo con esa sensación tan horrible de que algo
intenta atravesarte y salir de tu cuerpo.
Fernanda entró corriendo muy asustada, la sangre
había desaparecido; ella me empujó fuera de la casa.
-¿Estas con tu enfermera? –preguntó Fernanda.
-Si, ella nos alcanzará en su auto después de
recoger mis medicinas.
Cuando salimos de la caza el cielo se veía
nublado y hacía mucho frío, pues apenas el sol comenzaba a salir. Intenté
buscar el coche de Helena en los alrededores pero al no verlo supuse que lo
dejó en la parte de atrás de la casa, donde yo acostumbro dejar mi camioneta.
Llegamos al vehículo color verde de mi mejor amiga y esta me ayudó a subir al asiento
del copiloto, luego arrancó y se dirigió a toda prisa al interior de la ciudad.
-Rodrigo dime ¿que pasó?
-Me desmayé, desperté a penas un par de minutos
antes de que estuvieras.
-Pero si estuve casi media hora pegada a la
puerta esperando a que me abrieran, te intenté llamar para preguntarte como
estabas desde anoche pero nunca contestaste tu teléfono, por lo que decidí
venir a verte. –declaró Fernanda con un enorme tono de preocupación.
-Helena estaba ahí. –Nada tenía sentido, me sentía
en otra realidad y estaba totalmente desubicado, quería tener respuestas pronto
claro está, pero primero teníamos que llegar al hospital.
Fernanda como si estuviera contestándome la
última afirmación que hice, se volteó a mí y dijo gritando con enorme
desesperación como si estuviesen a punto de matarla:
-¡AYÚDAME!
La miré en ese instante, y vi que sus ojos
habían desaparecido pues en su lugar, había una gruesa capa de piel abultada
que salía desde sus cejas, al mismo tiempo, parecía como si le hubiesen
arrancado violentamente los labios dejando al descubierto sus encías y sus
dientes, que a la ves estaban rotos y ensangrentados.
-¡RODRIGO AYÚDAME POR FAVOR, TE LO SUPLICO!
Sin poder creer lo que veía, comencé a gritar
intentando salir del auto, golpeaba la ventana como si quisiera romperla para
salir, usaba mis brazos para empujarme lo más lejos posible de Fernanda y no
podía dejar de gritar; en el fondo, parecía como si Fernanda me preguntara que
pasaba, que tenia y que ella estaba asustada, pero el sonido se escuchaba muy
lejos como para poder prestarle atención. Al poco rato conservé la calma un
poco, intentando no mirar a nada que no fuera el piso del auto, recuerdo
haberle dicho a Fernanda que me ignorara y que solo intentara llegarlo mas
rápido posible.
Al bajar a mi silla de ruedas, la cual Fernanda
sacó de su cajuela, entramos al hospital y sus gritos llamaron la atención de
todos, los doctores se apresuraron a empujar mi silla de ruedas hasta el
consultorio de la doctora Elizabeth, pero yo rápidamente brinqué de mi silla y
caí de bruces al piso pues había comenzado a alucinar de nuevo.
Los doctores tal vez no tardaron mas de veinte
segundos en traer una camilla y subirme a ella, pero yo no dejaba de agitarme
con dolor y desesperación, pues lo que en ese momento veía, era como todas las
personas a mí alrededor, se arrancaban pedazos enormes de piel de la cara e
intentaban ponerlos sobre la mía; no tuvieron otro remedio mas que ponerme un
sedante.
Cuando desperté, me encontraba recostado sobre
una camilla en uno de los cuartos del hospital, ya se había hecho de noche una
vez mas, pero eso ya no importaba, pues a penas y podía distinguir lo que
estaba alrededor de mi, sentía que mi cabeza explotaría en cualquier segundo y
un fuerte dolor punzante en ella acompañaba a mi borrosa vista, la cual solo
mostraba colores brillantes con cada latido de ese intenso dolor.
Intenté levantarme pero Helena apareció a mi
lado para detenerme.
-Tranquilo, ya todo va a estar bien, solo hay un
último problema del cual ocuparnos.
Luego ella se sentó junto a mí en la cama y me
plantó un pequeño beso en la mejilla, luego se acercó a mi oído y dijo:
-Podremos estar juntos para siempre.
En ese instante escuché dentro de mi cabeza una
enorme explosión, un sonido extremadamente fuerte y agudo y del cual solo pude
distinguir gritos de dolor, luego todo comenzó a dar vueltas y el dolor en la
cabeza era extremadamente insoportable:
-¡POR FAVOR AYÚDAME RODRIGO, DEVUÉLVEME MI CARA,
DEVUÉLVEMELA!
Fue lo único que pude distinguir de entre ese
escándalo cuando de súbito el ruido paró, más no pasaron mas de treinta
segundos para que esto se repitiera; lo que veía eran intensas luces, horribles
imágenes, y un enorme ruido de gritos y demás cosas distorsionadas, cosa que se
repitió por lo menos otras tres veces. El último gran estruendo en mi cabeza se
vio apagado por los labios de Helena que besaban los míos, parecía como si me
administrara un antídoto para la locura, parecía como si con ese beso, me
elevara varios metros en el aire, alejándome de ese infierno tan horrible.
-Necesitas descansar grandote, deberías ver tu
cara, parece como si no hubieras dormido en semanas.
-Helena ¿Qué me esta pasando? –pregunté con la
voz ronca.
-Tu solo descansa, pronto lo sabrás todo.
Después prácticamente me desmayé, pues sin decir
una sola palabra cerré los ojos que estaban perdidos en el oscuro matiz de ese
cuarto de hospital y me quedé dormido…
Cuando desperté, todo se veía calmado, pacífico,
no había nada extraño y la luz del sol entraba sutil y ligera por una pequeña
abertura entre las cortinas que cubrían la ventana; Fernanda se encontraba
recostada en un pequeño sillón que estaba en un rincón del cuarto, cubierta por
un delgado zarape hasta los hombros y de frente a la pared, los rayos de sol
iluminaban su cabello y lo convertían en largos cabellos dorados. De pronto mi
amiga se despertó y me observó mientras yo la miraba fijamente.
Después de eso, llegó la doctora Elizabeth a
hacerme mas preguntas, el doctor que me atendió en el choque también llegó y no
recuerdo cuantas cosas aburridas pasaron, yo en realidad no estaba al pendiente
pues solo pensaba en Helena, una sensación me invadía, una imperiosa necesidad
de tomar su mano y estrecharla dándole las gracias por estar conmigo me nacía.
No pude evitar agradecerle también a Fernanda pues ella era la mejor familia
que haya tenido en mi vida, nos abrazamos fuertemente durante largos minutos,
su suave y delgado cuerpo rodeado por mis brazos me hacía sentir feliz y su
cabeza apoyada en mi hombro era como un impulso que me ayudaba a soportar toda
esa tortura, pero claro, yo no dejaba de pensar en Helena…
Cuando apareció el doctor yo le pregunté por el
ángel que me había estado cuidando, pero él no me respondió, por el contrario
me miró durante un segundo y se volteó para decirle algo a la psiquiatra.
-¿Dónde esta Helena? –pregunté.
La doctora se acercó y me preguntó si yo había
contratado a la enfermera en ese mismo hospital, a lo cual respondí que no,
pues fue Jessica quien me había hecho el favor de contratarla.
-¡Olvide decírtelo! –Exclamó Fernanda. –A tu ex
cuñada la encarcelaron hace tres días, llamé buscándola para avisarle como
estabas pero me dijeron que estaba presa por conducir ebria.
Esa desvergonzada no se dignó a llamarme y ni
siquiera porque un imprudente al volante me arruinó la vida tomó consciencia
para manejar, de cualquier manera no podíamos hablar con ella de manera
inmediata.
-Ella estuvo aquí anoche –declaré.
-Aquí solo estuve yo Rodrigo. –Contestó
Fernanda.
-No me digas que anoche solo aluciné.
-Tu enfermera nunca nos alcanzó Rodrigo, espero
que no le haya pasado nada.
-¡No me digas eso por favor! Ella tiene que
estar bien.
A las pocas horas la doctora nos dejó ir con la
condición de que Fernanda me mantuviera en observación junto con mi enfermera,
a la cual teníamos que encontrar o de lo contrario contratar a una nueva.
Fernanda me llevó a su casa y todo el día se
mostró preocupada porque argumentaba que yo estaba divagante, se me notaba
triste y desconcentrado; pues claro que yo estaba muy concentrado en Helena, ya
que desde que salimos del hospital intenté llamarla, pero ella nunca contestó.
Ya caída la noche Fernanda contactó a mi cuñada,
y habló por teléfono con ella dentro de su cuarto, por lo que no pude
distinguir lo que decían, pero lo que era obvio es que mi amiga estaba muy
enojada con ella y no se limitó con respecto a la fuerza de su tono de voz. Se
supone que yo ya estaba dormido, pues ya era tarde y ya nos habíamos dado las
buenas noches, razón por la cual Fernanda no bajó a informarme de su charla con
Jessica.
Después de un par de horas, yo no podía dormir
pensando en el qué fue de Helena, miraba al techo recostado en el sofá cama del
departamento, preocupado y con ganas de levantarme a buscarla, pero de pronto,
mi celular comenzó a vibrar, yo lo contesté y la voz de Helena con gran
agitación preguntaba mi nombre.
-Si, soy yo, ¿Dónde estas?
-Estoy cerca de donde vive tu amiga, necesito
verte, ¿crees que puedas recibirme?
-Claro pero dime, ¿estas bien?
-No, te lo diré cuando te vea.
Después de eso la llamada terminó, yo me senté
sobre la cama y brinqué a mi silla de ruedas, luego me asomé al pequeño balcón
interno y vi que la luz del cuarto de mi amiga estaba apagada, así que abrí la
puerta y salí al pasillo por mi cuenta, me dirigí hacia el elevador y me
encontré con una muy bella dama de largo cabello negro que salió de uno de los
departamentos, ella muy amable me ayudó empujando la silla dentro del elevador
y luego fuera de el en una ves en el vestíbulo, no recuerdo con exactitud su
nombre pues solo intercambiamos un saludo y un gracias de mi parte, creo que se
llamaba Amanda.
Una vez afuera, le llamé a Helena:
-¿Dónde estas? –preguntó
-Estoy en la entrada del edificio.
-Voy para allá.
-¿Cómo sabes donde vive mi amiga? –pregunté
antes de que me cortara la llamada, así que esperé alrededor de veinte minutos
en el frío de la noche hasta que ella apareció caminando.
La calle estaba desierta y pude verla a más de
cien metros de distancia, pero de pronto la jaqueca y los estruendos de gritos
y ruido comenzaron de nuevo, estos eran muy intermitentes y se agravaban por
cada paso que Helena se acercaba con sus botas de tacón alto. Para cuando
estuvo frente a mi yo no podía ver nada, todo estaba distorsionado y no podía
quitar mis manos de mi cabeza a causa del dolor, Helena se hincó frente a mí y
me dijo:
-Vámonos
-¿A dónde?
-Lejos de ella, dijo Helena.
-¿De quien?
-De Fernanda, rápido, no hay tiempo.
Los estruendos y el dolor eran más intensos que
nunca, yo solté un grito y levanté mi cabeza a la cual estaba comprimiendo con
mis manos para evitar que explotara en pedazos, comencé una vez mas a
distinguir los gritos de Fernanda pidiéndome que le devolviera su cara, que la
ayudara, que me suplicaba… todo era una locura y de pronto perdí el conocimiento
de nueva cuenta cuando de entre esos gritos que estallaban en mi cabeza, uno se
separó para originarse desde la entrada del edificio, yo torné la mirada y vi
la figura de mi amiga de pie en el umbral de la puerta, luego ella se corrió
hacia mí gritando mi nombre.
-Helena, Fernanda, ¡ayúdenme! –grité sin
soportar el dolor.
-¿Qué pasa Rodrigo? –preguntó Fernanda.
-Llévenme al hospital –articulé sin separar los
dientes intentando sofocar la jaqueca.
-En seguida te llevaré Rodrigo, tú aguanta por
favor –articuló Fernanda en tono de súplica.
-Por favor ven Helena, te necesito. –Le dije.
-¿A quien le hablas Rodrigo? –Preguntó Fernanda.
-Helena… -dije extendiendo un brazo hacia ella.
-No hay nadie aquí, solo estamos tu y yo
Rodrigo. –declaró mi amiga.
-Debes hacer lo que tu amiga te pide Rodrigo…
-dijo Helena sin moverse de donde estaba parada.
Lo que sigue no lo recuerdo en lo absoluto, así
que te contaré lo mismo que me contaron a mi con una expresión pálida y un insidioso sabor amargo en la boca: después de que mi amiga me dijo
que solo estábamos los dos, yo perdí el control y comencé a gritar muy fuerte,
di un brinco muy violento de la silla como ya era costumbre mía y tendido en el
suelo obligué a Fernanda a que me hiciera compañía en el piso empujando sus
piernas y luego colocándome sobre ella; Fernanda fue a dar un lugar cuyo nombre no puedo pronunciar,sin poder
contar que su mejor amigo la había comenzado a golpear en la cara, gritando
que él le devolvería su rostro, casi como si intentara esculpirle uno a golpes.
Por fortuna un solidario hombre pasaba cerca mientras escuchaba los guturales gritos de una histérica voz amenazante pronunciando "!Yo te voy a ayudar¡ !Déjame ayudarte¡" mezclados con un eco de agudos gemidos de horror que daban énfasis al cantar de ese infernal momento, luego el impulso de mis brazos se vió detenido no por la cara de Fernanda, sino por las manos de este hombre que me empujó no solo de encima de mi pobre víctima, sino fuera de ese trance de matiz obscuro, luego quedé
tendido en el piso totalmente desubicado, con los ojos abiertos y mirando al
vacío; más tarde me enteré de que también me diagnosticaron esquizofrenia y me
tenían que tener en observación...
En fin, ¿Qué otra cosa te puedo contar?, nunca
supe si detuvieron al camionero que provocó mi accidente, pero yo me encuentro
muy pacífico hoy en día en mi casa, nada me molesta y todo esta en calma ¡ah! Y
por cierto, Helena te manda saludos.
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